El espíritu del río tomó de las manos al niño y lo hundió en sus aguas, sólo por diversión. Al volver en sí, el niño, empapado y rodeado por sus alarmados familiares, decidió jamás volver a hablar.
La anciana miraba de cerca el cuerpo tenso del joven que dormía, sudaba, respiraba con dificultad, apretaba los dientes y los párpados. La anciana vigilaba su sueño intranquilo, sumergida en la oscuridad de la habitación, ávida, casi lista para hacerlo suyo.