Mil garzas

Sobre las nubes, un lago de nubes.

El cielo se incendia.

La ceniza cae por montones, los árboles se desploman con el peso acumulado. Por más que intentamos salir, aquí seguimos atrapados en una tierra perdida. El campo en el que trabajábamos un día eructó vapores hediondos. Se resquebrajaron las calles. Y poco a poco, en el medio del pueblo, comenzó a alzarse un monte caliente, una loma negra. Nadie lo creyó, pero con las horas y los días, fue naciendo una montaña de fuego. De pronto quedamos instalados en una noche interminable.

Abandoné la sombra en la playa, y me adentré al mar.

Estoy rodeado de cientos de aves parlanchinas, mirlos, petirrojos, urracas, cotorras, papagayos, guacamayas, búhos, flamencos, pavorreales, tucanes, halcones, somorgujos, albatros, zanates, cuervos, ruiseñores, cucos, patos, cisnes, gansos, gallinas, estorninos, gaviotas, palomas, águilas, buitres, pájaros carpinteros, pelícanos, garzas y abubillas. Se ponen a platicar, a contarme sobre el camino que llevan recorrido, las montañas que han sorteado, los mares vistos. Cada que vez que una termina su relato, sale por la ventana. Después de un tiempo informo mi periplo, alzo las alas, pero me quedo atrás, atorado en una jaula.

Cómo era posible, le dije. Escupió sobre mí un hechizo, y me desmoroné.