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Mostrando las entradas de 2015

Vuelta a la manzana

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Puente dorado

En la orilla me encuentro desnudo, la mirada fija en el vacío. Silbo una melodía de mi infancia, me balanceo, sonrío.

Tarde en laguna

Cruzo el espejo. Desaparezco al interior de mi imagen. Te busco sin descanso al otro lado; viajo por todo el territorio y no te encuentro. Al final del último sendero, a la orilla de una laguna negra, dejo caer la rama de oro. Me he dado cuenta de que he llegado demasiado tarde.

Columbus

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El Héroe

El héroe entró sin temor alguno al castillo, luego de haber traspasado el dédalo infecto de la montaña de fuego. Buscó y mató a la mosca con cabeza de hombre, le llevó el cuerpo al Rey en un plato ancho, blanco y reluciente. El Rey, por su proeza, lo nombró en el acto caballero de la Orden de las Moscas, y de un soplo lo mandó al infierno.

El Rey

El héroe se adentró en los manglares y rescató a la princesa de las infectas pezuñas de un toro con cabeza de hombre. Decapitó al toro y llevó el cuerpo como trofeo de su victoria al Rey, y el Rey, en recompensa, le dio la mano de la princesa y se casaron de forma opulenta bajo su real anuencia y bendición. El héroe, con el tiempo, engordó y fue testigo de la ruina de su suegro -otrora Rey de una comarca del infierno- destronado por su propio hermano. El héroe murió empalado y después de cuatro días su cuerpo fue entregado a los perros.

El Tirano

El héroe se enfrentó al Rey en una cruenta batalla y le cortó su horrorosa cabeza de hombre. El héroe fue proclamado Rey por haber dado muerte a semejante tirano. Las moscas lo vitorearon. El pueblo se le entregó. Le colocaron la corona en una solemne ceremonia y justo al recibirla el héroe notó, con tremendo pavor, que su cara de mosca de pronto se transformó en la de un hombre. Tuvo miedo y mandó construir un castillo, rodeado de un dédalo infecto en la cima de una montaña de fuego, para encerrarse a esperar a otro héroe que lo salvara del sufrimiento de ser un fiasco.

Los Héroes

El héroe se dedicaba, noche y día, a cortar sin descanso las hórridas cabezas de sus enemigos que se encontraban apostados por todo el amplio territorio del reino. Hasta que un día un toro con cabeza de hombre, acompañado de un cerdo con la misma traza, le pusieron un alto a sus hazañas. El héroe, antiguo caballero de la Orden de las Moscas, fue decapitado, y a su cuerpo le cosieron la cabeza de una mosca y fue nombrado Rey de una mísera comarca del infierno.

Alma

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De mi infancia

Las nubes bajan, por las noches, a beber el agua de los ríos. Así me lo contó mi abuela, entre lloros, la tarde previa a mi partida.

Bajo mis manos

Nunca más volvieron a ver el sol, no digamos un pedazo del cielo, o la estela de una nube.

La semilla de un sueño

Veo la ventana oscura de la casa en la que viví de niño. De la ventana emergen de pronto las ramas de un árbol. El árbol rompe los cristales, las otras ventanas, las puertas, el techo, los muros. Muy rápido se sacude la casa de encima. De la casa en la que viví de niño sólo quedan sus despojos esparcidos en la hierba, y un bello árbol, alto, frondoso y oscuro, ocupa su lugar.

La seducción

La rueda gira mientras la mujer envuelta en lumbre me sonríe, me llama, me atrae, roba mi alma, me vacía, me escupe y me deja solo en mitad de la calle, hueco y triste.

Mare Nubium... I

Los días se acortaron, y el mundo se volvió fantasmagórico. D.H. Lawrence Un hombre, dueño de una isla del mar del norte, camina absorto en fatales pensamientos; durante horas recorre en silencio su propiedad con las manos entumidas dentro de los bolsillos de su raído pantalón azul, el cuerpo encorvado, la cabeza gacha, la mirada fija al suelo. Únicamente la necesidad de comer logra sacarlo del trance, y se enoja con el hecho de tener que parar el flujo de recuerdos por el ordinario acto de remojar el pan en aceite y llevárselo a la boca.

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II

Un hombre, atrapado en una isla del mar del norte, se ha dedicado durante los últimos diez años a contar todas y cada una de las rocas que conforman su isla. Caminando de una orilla a otra, bordeando innumerables veces el estrecho territorio con los ojos atentos en las piedras, llevando la cuenta en un viejo cuaderno de pastas verdes; no importándole el horripilante clima, las heladas, la lluvia de granizos, el hombre cumple la tarea que se impuso con la esperanza de que al final no queden más pensamientos al interior de su cabeza, que sólo piedras grises y negras.

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III

Un hombre, encarcelado en una diminuta isla del mar del norte, aterido de frío, de pie frente al violento oleaje, de pronto se asombra al ver que llueven gaviotas congeladas. Observa atónito como caen las aves, chocan con el mar, con las rocas, y se hacen pedazos. Innumerables cuerpos emplumados, apenas distinguibles, tapizan su isla. La visión tranquiliza su alma oscura y se retira lentamente a su casa, silbando una dulce melodía. Abre la puerta y entra. Mira las paredes de madera tosca, el techo, sus míseras pertenencias encima de una mesa resquebrajada, su viejo cuaderno y la cama minúscula. Se desnuda. Se acuesta. Continúa silbando y oye como se desata la tempestad allá afuera. Sonríe. Duerme. Sueña con la isla, se ve caminando encorvado, sus manos entumidas dentro de los bolsillos de su raído pantalón azul. P reso de la curiosidad s e acerca por detrás a él mismo. Toca su hombro. Y cuando voltea se da cuenta que su cuerpo flota, inerte, en un tibio mar de nubes.

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IV

Un hombre, amante de una isla del mar del norte, yace muerto y congelado en su cama. El viento golpea con fuerza las paredes, el techo. Pero es el terrible oleaje el que finalmente desnuda la frágil construcción de madera. De súbito las olas se tragan la isla y allí no queda más que el mar helado, las nubes grises y un cielo oscuro.

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La noche más negra

Las sombras de las ramas proyectadas en el techo se entrelazan con mi tristeza. Ella canta, muy quedo, desde tan lejos. Su canto y mi llanto se anudan en la oscuridad de mi cuarto. Nunca creyó una sola palabra dicha por mi boca. He dejado ir al pez plateado, lo vi hundirse en el agua destellando reflejos al interior de la noche más negra.

El salto

A través de la ventana observo la niebla, es de mañana. Me dan ganas de lanzarme al vacío, hundirme en la blancura hasta desaparecer. Tú no estás aquí, pero yo necesito estar contigo. Suspiro. Trago saliva... salto.

Miles de fantasmas

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Parapetos

Los pasillos de esta enorme casa, construida por mi padre antes de volverse ciego, son fríos y laberínticos. Todas las noches duermo en una habitación distinta porque huyo de la anciana que se mete, a la fuerza, en mis sueños.